martes, 16 de noviembre de 2010

Del libro de Juan Manuel de Prada: La Nueva Tiranía


«¿Y cómo se puede hablar de “nueva tiranía”, cuando nunca antes los hombres habían disfrutado de tantísima libertad y tantísimos derechos?», podría preguntarse un lector desavisado. Las tiranías clásicas se distinguían, en efecto, por reprimir la libertad y negar los derechos; y los hombres tenían conciencia de tal usurpación, porque, despojados de algo que les pertenecía por naturaleza, se sentían rebajados. Mientras que esta nueva tiranía a la que nos referimos ha exaltado al hombre hasta la adoración, brindándole la oportunidad de convertir sus intereses y apetencias en libertades y derechos, que ya no son inherentes a su propia naturaleza, sino «concesiones graciosas» de un poder que las consagra legalmente (…) Y así, convertido en un chiquilín que contempla cómo sus caprichos son encumbrados y satisfechos, el hombre de nuestro tiempo es más rehén que nunca de esas instancias de poder que le garantizan el disfrute de una libertad omnímoda y unos derechos en continua expansión. Y así, el hombre encumbrado al altar de la adoración se ha convertido, sin darse cuenta siquiera, en un instrumento en manos de ese poder que lo cuida con minucioso esmero, como las hormigas cuidan a los pulgones que luego ordeñan. Y a cambio de esas «concesiones graciosas» que el poder le dispensa, el hombre acata la visión hegemónica del mundo que el poder le impone, convirtiéndolo en carne de ingeniería social. A esta visión hegemónica —que no es en realidad sino un espejismo, una gran ilusión o trampantojo que los hombres aceptan gregariamente— la hemos denominado aquí «Mátrix progre». Quien se atreve a poner en entredicho tal trampantojo es de inmediato anatemizado, como un réprobo o un blasfemo; esto es, como un enemigo de la adoración del hombre.(…)
Las tiranías siempre han mirado con suspicacia la dimensión intelectual y espiritual del hombre. Alguien que se sabe ser pensante y traspasado de trascendencia es más consciente de su vocación de libertad. Pero a la tiranía le interesa el hombre esclavizado: despojado de libertad, en el caso de las tiranías más rudimentarias y antediluvianas; o, mejor todavía, el hombre queha olvidado que la libertad es una posesión consustancial a su condición humana y que, en su lugar, la considera algo que graciosamente se le concede desde una instancia de poder. Pero para que este espejismo resulte efectivo primero hay que lograr, mediante una minuciosa labor reeducadora, que el hombre reniegue de su libertad intrínseca; y para ello la tiranía contemporánea dispone de poderosas herramientas propagandísticas. En esta labor de mutilación humana, la tiranía emplea dos métodos muy eficazmente quirúrgicos: por un lado, la «desvinculación» del individuo, que lo torna mucho más vulnerable e inconsistente, al obligarlo a romper lazos con toda forma de tradición culturalque sirva para entender sus orígenes y su lugar en el mundo; por otro lado, su «fisiologización» salvaje, su conversión en un pedazo de aburrida carne que no tiene otro anhelo sino la satisfacción de unos cuantos apetitos y pulsiones, como un perro de Paulov (…)
Mediante la «desvinculación», se trata de borrar del «disco duro » del individuo todo sentido de pertenencia, quebrando aquellos vínculos que le sirven para hacerse inteligible. Por supuesto,la primera víctima de este proceso desvinculador es la educación: todas aquellas disciplinas que nos proponen una explicación de nuestra genealogía intelectual y espiritual, proporcionándonos una explicación unitaria de las cosas, son expulsadas de los planes de enseñanza, o condenadas a la irrelevancia. La historia, la filosofía, el latín y, en general, cualquier otra disciplina que postule una forma de conocimiento basado en la traditio (esto es, en la transmisión de saber de una generación a otra) son arrumbadas en el desván de los armatostes inservibles. Se transmite a los jóvenes la creencia absurda de que pueden erigirse en «maestros de sí mismos» y convertir sus impresiones más contingentes y caóticas en una nueva forma de conocimiento. Al privarlos de un criterio explicativo de la realidad, la nueva tiranía los condena a zambullirse en la incertidumbre y la dispersión; carentes de un criterio que les permita comprender la realidad, se les condena a ceder ante el barullo contradictorio de impresiones que los bombardea, a dejarse arrastrar por la corriente precipitada de las modas, por la banalidad y la inercia(…)
La tiranía, sin embargo, presenta esta amputación bajo un disfraz de libertad plena. Sabe perfectamente que las personas a las que no se les proporciona un criterio para enjuiciar la realidad son personas mucho más manipulables; por ello se esfuerza en presentar esa «desvinculación» como un espejismo de libertad. Así nos quiere la nueva tiranía, rehenes de la pura fisiología, babeantes de flujos, chapoteando satisfechos en el barro de la degradación. Cualquier intento de revitalizar el espíritu es de inmediato escarnecido, vituperado, condenado al descrédito o señalado como subversivo (o fundamentalista). Y, por supuesto, cuando el cuerpo deja de ser templo del espíritu, se transforma en templo desolado donde florece al narcisismo: en este contexto debe entenderse el miedo del hombre contemporáneo a la vejez y a la decadencia física, la dictadura de la salud como bien absoluto, la exaltación de la cirugía plástica. Cuando la vida deja de tener sentido, cuando no la anima ninguna pesquisa de índole espiritual, el hombre se aferra desesperadamente al espejismo de la eterna juventud. Pero, pese a que la nueva tiranía se esfuerza porque la amputación del espíritu sea indolora y no deje cicatrices, no ha conseguido evitar que el hombre contemporáneo
sienta esa ausencia como un vacío que de vez en cuando emite un dolor sordo, igual que el manco siente en las noches que preludian cambios atmosféricos un dolor en el brazo inexistente, un dolor que en realidad es la manifestación de una nostalgia(…)
La nueva tiranía sabe que los hombres, cuando reniegan de otras aspiraciones más elevadas, devienen caprichosos y compulsivos, necesitan acallar el hastío de seguir viviendo mediante lenitivos de efecto inmediato, una metadona incesante que les permita acallar su dolor también incesante. Esa metadona que la nueva tiranía administra con generosidad entre sus súbditos se llama dinero; y con esa metadona es posible construir el paraíso terrenal de consumismo y hedonismo a granel que la nueva tiranía desea instaurar, un reino de satisfacciones inmediatas donde cualquier capricho o apetencia es inmediatamente atendido, inmediatamente renovado, inmediatamente convertido en adicción. La prosperidad económica —una prosperidad orgiástica, capaz de atender cualquier veleidad, capaz de convertir cualquier veleidad en razón constitutiva de una vida sin otros alicientes que la pura bulimia de poseer, la pura ansiedad de mantenernos ahítos— es la gran novedad de esta tiranía contemporánea, el broche de oro que garantiza su permanencia, la coraza que la hace más inexpugnable que cualquier otra forma de tiranía anterior (…)