jueves, 3 de febrero de 2011

PELOTAS, TREPAS y OTROS VIRUS: ¡¡NO GRACIAS!!

El mundo está lleno de pelotas. Arrastrados, trepas y otros espécimenes de parecida calaña proliferan cual microbios por todos los ámbitos de la sociedad. Ya sé que no es ninguna novedad, pero me apetece hablar de ellos porque me ponen enferma. Me resulta insoportable tener que convivir con este perfil humano. Me parecen asquerosas sus tretas sin escrúpulos, su bajeza y su mezquindad, porque la mayoría ni siquiera son conscientes de que pertenecen a esta vomitiva categoría. Bueno en general los seres humanos no somos conscientes de casi nada de lo que en realidad somos, así nos va, pero esa es otra historia.




Decía que me puede la falsedad del trepa, pero lo que más me puede, lo que de verdad me deja desolada y sin esperanza es lo increíblemente eficaces que son sus manejos. Da igual si la víctima de sus intrigas es una persona buena, mala, inteligente... siempre acaba cayendo en sus redes. Cuestión de tiempo. Lógicamente el nivel de inteligencia entre el pelota y su objetivo debe ser similar, pero los hay para cada talla mental y para cada estatus social y profesional. Cada uno a su nivel tiene su trepa. sea empresario, politico, guapo, popular, millonario, aristócrata, famosillo, etc... Al final si hay poderoso ya tenemos la corte de candidatos a lameculos pululando en su órbita cual moscas en la mierda.
Dice mi hermano que tienen su mérito, porque hay que ver lo cansado que es vivir así, vendiéndose y gastando tanto tiempo en promoción propia y denostación ajena, a fin de ocultar su propia mediocridad y obtener beneficios que no les corresponden por su valía. Esto acaba por dejarles además un regusto amargo a juzgar por la expresión de alimañas que se les va poniendo con el paso del tiempo y los triunfos conseguidos, que tampoco suelen ser muy altos.

Puede que mi hermano tenga razón, pero la realidad es que sea o no cansado, debe ser productivo por que hay que ver cuanta gente se apunta a esta tendencia. Sobre todo en el terreno profesional donde encontramos a estos campeones del engaño y la adulación en su salsa, cargándose el potencial de la gente con sus intrigas de cortesanos, favoreciendo no al mejor, sino al más “adecuado” a sus intereses. Dificultando el paso de personas que funcionan pero que no tienen el marketing adecuado. Y eso no es lo peor, al fin y al cabo hacerse valer tanto en el trabajo como en la vida es una habilidad de necesario desarrollo, pero cuando se convierte en un fin para subir o mantenerse, empieza a ser perverso y estupido.

Lo más peligroso de estos individuos es que, más alla del daño personal que causan, consiguen ralentizar el desarrollo sano de las organizaciones, de los equipos, de los gobiernos... vamos de donde caigan. Pero ¿Porque somos tan idiotas y dejamos que esto ocurra? pues porque es un circulo vicioso. El adulador medra y una vez comprende esto ya no hay quien le pare. Mientras que el honesto se estanca el adulador, imparable asciende peldaños y a su vez se deja pelotear por sus subordinados. Estos comprenden cual es el juego y entran en él para sobrevivir.
Según mi experiencia esto ocurre por distintas razones, según el cargo:

  • A los jefes les ocurre porque la vanidad suele ser proporcional al éxito, y cuesta resistirse al halago y el servilismo disfrazado de admiración. Ya lo dijo Alpacino en Pactar con el diablo: "La Vanidad es sin duda alguna mi pecado favorito" que es al que el demonio apela cuando cree que está perdiendo la batalla pues sabe que es el punto más flaco de los humanos.
  • Al los motivados, recien llegados etc. con ganas de desarrollarse como sea, no les preocupa demasiado el tema. Harán lo que haga falta. Suelen ser gente de principios moldeables a sus intereses, pragmaticos y formados. ¿Qué les toca adaptarse al mando intermedio, que además es el tipico trepa? pues a ello. No les importa dedicar más tiempo a que se vea su trabajo que al trabajo en sí y a ganarse la confianza del jefecillo de turno, el fin justifica los medios. Son supervivientes natos.
  • Por último están los más pringadillos, los de “lo que ves es lo que hay”. A estos se les ve venir a un kilómetro y su único valor es hacer su trabajo más o menos honestamente, aunque eso no signifique siempre eficazmente. O sea que además de que pueden ser tan mediocres como el que más, son sinceros y nada amigos del comadreo. Obviamente son el objetivo donde se ceba el resto de la organización, porque ya que cargan con sus equivocaciones sin remordimientos, porque no cargar también con las de los "infalibles profesionales" que tienen por compañeros. Y ¿quién tiene la culpa? Pues ellos. Principalmente por su falta de “cultura de empresa” que es la forma políticamente correcta de llamar hoy a los pelotas. Son los parias de las organizaciones. Si consiguen sobrevivir es de milagro, pero tarde o temprano acaban en lo más bajo de la pirámide, relegados y desmotivados, creando así un problema adicional a sus empresas, pues de creerse los peores, de ser ninguneados acaban creyendo que efectivamente son unos inútiles y siendolo en muchos casos.

Ya sabréis porque me explayo en esta esta última subespecie de desarrapados profesionales. Sí señor, me considero una de ellos. Que se le va a hacer, ¿voy de victima? Puede, pero ya tenía ganas de decir lo pienso de todo este tinglado que se organiza en torno a los poderosos y poderosillos. Y que a pesar de tanta literatura de management, y tanto máster del universo y tanto departamento de recursos humanos y tanto i+d y tanto consultor de los cojones, seguimos con los mismos problemas existenciales que llevan al mundo siempre al mismo sitio. Y es que como decía, Einstein: ” Si quieres resultados distintos haz las cosas de otra forma” pero creo que va a ser que no, no interesa a nadie porque igual es un pecado que cometemos un poco todos.

Y os garantizo que estoy en fase optimista aunque hoy esté un poco cabreada como habéis podido comprobar los que hayáis tenido la paciencia de leerme hasta aquí. Eso sí que tiene mérito.
Y a propósito de tanto desahogo, aprovecho para copiar un fragmento de uno de mis héroes favoritos: Cyrano de Bergerac. Su inteligencia y su ingenio fueron algo radicales. No dio tregua a la imbecilidad ni a la mezquindad, lo que le impidió llegar socialmente donde merecía estar, pero al menos vivió como quiso y se llevo intacto hasta su muerte lo que para él más valía, su orgullo.


Y qué tengo que hacer?
¿Buscarme un valedor poderoso, un buen amo, y al igual que la hiedra, que se enrosca en un ramo buscando en casa ajena protección y refuerzo, trepar con artimañas, en vez de con esfuerzo?
No, gracias.
¿Ser esclavo, como tantos lo son, de algún hombre importante? ¿Servirle de bufón con la vil pretensión de que algún verso mío dibuje una sonrisa en su rostro sombrío?
No, gracias.
¿O tragarme cada mañana un sapo, llevar el pecho hundido, la ropa hecha un harapo de tanto arrodillarme con aire servicial?
¿Sobrevivir a expensas de mi espina dorsal?
No, gracias.
¿Ser como ésos que veis a Dios rogando –oh, hipócritas malditos– y el mazo dando? ¿Y que, con la esperanza de alguna sinecura, atufan con incienso a quien se les procura?
No gracias.
¿Arrastrarme de salón en salón hasta verme perdido en mi propia ambición? ¿O navegar con remos hechos de madrigales y, por viento, el suspiro de doncellas banales?
No gracias.
¿Publicar poniendo yo el dinero de mi propio bolsillo?
Muchas gracias, no quiero.
¿Hacerme nombrar papa en esas chirigotas que en los cafés celebran, reunidos, los idiotas?
No gracias.
¿Desvivirme para forjarme un nombre que tenga el endiosado lo que no tiene de hombre?
No, gracias.
¿Afiliarme a un club de marionetas? ¿Querer a toda costa salir en las gacetas? ¿Y decirme a mí mismo: no hay nada que me importe con tal de que mi ingenio se cotice en la Corte?
No, gracias.
¿Ser miedoso? ¿Calculador? ¿Cobarde? ¿Tener con mil visitas ocupada la tarde? ¿Utilizar mi pluma para escribir falacias?
No gracias, compañero. La respuesta es: no gracias.
Cantar, soñar, en cambio. Estar solo, ser libre.
Que mis ojos destellen y mi garganta vibre.
Ponerme, si me place, el sombrero al revés,
batirme por capricho o hacer un entremés.
Trabajar sin afán de gloria o de fortuna.
Imaginar que marcho a conquistar la Luna.
No escribir nunca nada que no rime conmigo y decirme, modesto:
ah, mi pequeño amigo, que te basten las hojas, las flores y las frutas,
siempre que en tu jardín sea donde las recojas.
Y si por suerte un día logras la gloria así,
no habrás de darle al César lo que él no te dio a ti.
Que a tu mérito dabas tu ventura, no a medra,
y en resumen, que haciendo lo que no hace la hiedra,
aun cuando te faltare la robustez del roble,
lo que pierdas de grande, no te falte de noble.



Fragmento de Cyrano de Bergerac de Edmond Rostand.